Columna de Óscar Contardo: El hechizado y los hechiceros

Sergio Muñoz y Luis Hermosilla.


E l abogado de Sergio Muñoz, el exdirector de la PDI formalizado por filtrar información reservada, ha intentado establecer una suerte de defensa mediática de su cliente desde que la residencia de Muñoz -una casa de 5.500 metros cuadrados con piscina y cancha de tenis arrendada con fondos públicos- fuera allanada a solicitud de la Fiscalía. El defensor del policía que cumple prisión preventiva ha repetido frente a la prensa un guion en el que primero establece que su representado ha reconocido los hechos de forma “hidalga y viril”, para luego avanzar en una curiosa explicación de la conducta de su defendido. Según el abogado, el jefe de la policía habría enviado sistemáticamente documentación reservada al abogado penalista Luis Hermosilla “por la patria” y bajo el “encantamiento” de Hermosilla, quien se habría presentado ante él como abogado del presidente o algo así. Muñoz, quien antes de ser director de la PDI ocupaba el cargo de subdirector de Inteligencia, nunca pensó preguntar por la naturaleza de la relación profesional entre Hermosilla y el gobierno que lo nombró director de la PDI. Simplemente cayó rendido ante un hechizo que lo llevó a mantener una relación tan cercana con el penalista que decidió saltarse las leyes y enviarle documentos reservados por WhatsApp, advirtiéndole periódicamente de diligencias del Ministerio Público que involucraban casos de alta relevancia. Si esas advertencias eran inocuas para el resultado de los procesos, entonces para qué adelantarle información a Hermosilla violando de paso la ley. Si no lo eran, aún está por conocerse el grado en que las filtraciones afectaron el desarrollo de la justicia. En cualquier caso, no se entiende el pretendido patriotismo. Tampoco fue por hidalguía y virilidad que el policía procesado reconoció los hechos, sino porque lo pillaron.

El segundo argumento de la defensa, el del hechizo, es más complejo de aclarar, porque aún no conocemos en qué consistía el abracadabra invocado por Luis Hermosilla. La explicación según la cual el penalista le hizo creer a Muñoz que tenía un rol distinto al que efectivamente cumplía siembra alarmas sobre las capacidades cognitivas del policía para ejercer primero como tal, luego como jefe de Inteligencia y finalmente como director de una institución encargada de resolver crímenes, cargo que asumió en reemplazo de Héctor Espinosa, actualmente procesado por malversación de caudales públicos y lavado de activos. Este punto es importante, porque fue justamente en la casa de Espinosa, durante una reunión en 2020, cuando Muñoz conoció a Hermosilla, según él mismo declaró durante la formalización. En esa fecha Espinosa aún era el director de la PDI, “sabía que era un abogado muy prestigioso y que era amigo del exdirector Espinosa, ya que estaba en su casa”. Esos fueron los prolegómenos de un hechizo que debió comenzar a surtir efecto cuando fue nombrado director general de la PDI en 2021 y decidió acudir a Luis Hermosilla, “ya que él tenía la defensa del exdirector general y quería consejos para evitar caer en errores que él había cometido”. La lógica de Muñoz es exigente.

De momento, en su declaración, Sergio Muñoz asegura que nunca recibió nada a cambio para filtrar información secreta. La mala noticia para él es que a estas alturas las razones para dudar de su palabra son demasiadas, sobre todo después de haber escuchado el modo en que el propio Luis Hermosilla aconsejaba a sus antiguos clientes en el audio dado a conocer por Ciper en noviembre pasado. La caja chica para corromper era parte fundamental del servicio profesional, según él mismo indicaba. Según ese audio, el cliente que debía reunir el dinero era Daniel Sauer. De cumplirse la regla establecida por el mismo penalista, ¿quién tendría que haber dispuesto los fondos en los casos en los que Muñoz filtró secretos?

Tal como en el caso Penta, nada de esto habría sido conocido si no es porque desde dentro de la trama, por venganza o despecho, alguien decidió difundir la información que desnudaba el modo en que se conducían personas que pasaban por ciudadanos ejemplares. En el caso Penta la hebra inicial se extendió a vista y paciencia de una opinión pública que acabó entendiendo que las instituciones pueden ser poco más que una escenografía. Quedó demostrado que es posible escapar de las reglas y vivir inmune a la justicia si se cuenta con un buen lugar tras bambalinas o un cupo preferencial en los lugares donde se toman las decisiones. La inmunidad la brinda contar con los ingresos apropiados, las amistades precisas, los compadrazgos que abren puertas y las redes que se extienden a comidas, almuerzos, asados y sobremesas como un ritual doméstico de sociabilidad paralela a la institucionalidad que a fin de cuentas es poco más que una fachada que opera solamente para los incautos que no tienen acceso a las reuniones en donde se reparten los roles de una obra que cada vez se torna más decadente.

El llamado caso audios es otra hebra que, de momento, parece extenderse a un territorio antes ya visto, esa área en donde confluyen intereses privados y carreras políticas, hilos que se tensan en un nudo cada vez más familiar, en donde lo único nuevo son los nombres de los hechizados por un encanto viejo, el del acceso al dinero y al poder, un hechizo tan antiguo como los mitos sobre un país con instituciones libres de corrupción, una nación de políticos probos y líderes que posan de héroes, estadistas o santos. Ese lugar no existe, tal vez nunca existió.

El ansia voraz que antes circulaba bajo cuerdas, protegida por una leyenda vacía de verdad, desde hace un par de décadas ha quedado al descubierto, desnudando una cultura de la trampa que nos tiene viviendo entre la simulación y la parodia.

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